La primera referencia escrita al Kilimanjaro corresponde al astrónomo griego Ptolomeo, que en el siglo II DC escribía acerca de una tierra misteriosa al Sur de lo que hoy conocemos como Somalia habitada por caníbales y con una “gran montaña nevada”. Con toda probabilidad los fenicios, que por aquel entonces ya habían rodeado el conteniente africano en sus expediciones comerciales, habían dado cuenta de la existencia de esta imponente cima.
Durante los siguientes mil años no existen referencias escritas del Kilimanjaro, a pesar de encontrarse en las proximidades de las rutas de esclavos utilizadas por los árabes en el siglo VI, siendo los comerciantes chinos del siglo XII quienes dejan nueva constancia escrita de una gran montaña al Oeste de Zanzíbar.


A la vuelta de esta primera incursión Johannes Rebmann y su compañero de misión, Johann Ludwig Krapf, solicitan permiso del gobernador de Mombasa para realizar una expedición a la zona de los Chagga con el pretexto de establecer nuevas misiones en esos territorios. Obtenido el permiso y haciendo caso omiso de las advertencias acerca de los “espíritus de la montaña”, el 27 de abril de 1848, Rebmann parte hacia la zona y solamente dos semanas después da vista al Kilimanjaro.
En abril de 1849 las observaciones de Johannes Rebmann fueron recogidas por la Royal Geographical Society y, aunque no pudieron ser fundamentadas fehacientemente hasta años más tarde, fue el primer informe confirmado del Monte Kilimanjaro y su cima nevada.
La verificación de la existencia de nieve en el Kilimanjaro tendría lugar en 1861 y 1862 cuando el barón alemán Klaus von der Decken, acompañado por el joven botánico inglés Richard Thornton, se interna en la zona ascendiendo en el primer caso hasta los 2.500 m de altitud y en el segundo hasta los 4.300 m. Fue en este segundo ascenso cuando pudieron comprobar que se trataba, en efecto, de hielo.
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